“Valiente no es aquel que no teme. Valiente es quien teme y se atreve.”
Somos muchos, muchísimos, los que tenemos miedo o los que hemos vivido de su mano durante algún tramo de nuestra vida, y no me refiero al miedo fóbico, sino al más cotidiano, al más “común”.
Es evidente –y así lo ejemplifica la historia– que nuestra sociedad ha sido educada para convivir con él como lo ha hecho con otros “males menores” como el tabaco, con el que hemos aprendido a mantener una relación de dependencia social –además de física–. Es decir, por un lado lo vendemos y nos nutrimos de los impuestos que aporta a nuestros gobiernos y por otro le hacemos la guerra por pernicioso y letal. Y es que el miedo es así: social y físico, global e individual. Como el tabaco, se fomenta y se estigmatiza, y como el tabaco, se aspira activa o pasivamente. Ambos comparten asimismo efectos y síntomas: ennegrecen, paralizan, atacan el sistema inmunitario, desestabilizan… Pero no es éste el momento de hablar del tabaco ni de (otras) adicciones “permitidas”, sino del miedo y de sus mecanismos. Acerquémonos a esas preguntas que tanto necesitamos ver respondidas para poder empezar a reaccionar, para actuar.
Porque, ¿qué es el miedo? El miedo es lo contrario del amor. El miedo es uno y el mismo siempre, aun en distinto grado: es miedo a la muerte (*Sobre esta afirmación no voy a dar explicaciones ahora. Tal vez otro día, otra entrada CLCNLB)
“Sí, muy bien” -quizá pensarás- ,“Eso ya lo he oído muchas veces, pero no deja de ser una definición demasiado intangible, demasiado alejada de lo cotidiano.” Es cierto. La pregunta quizá debería ser otra –más fácil, más manejable–. Qué tal ésta: "¿Cómo identifico al miedo? ¿Cómo lo reconozco para poder actuar sobre él?" Muy sencillo: el miedo siempre paraliza. El amor activa. Obsérvate impedido, obstaculizado desde dentro de ti mismo, ante aquello que piensas, quieres, debes, deseas o pretendes, y sabrás que eres presa de tu miedo. Esa parte de ti que no eres tú pero te condiciona y paraliza, y que se nutre de tus dolores del pasado, de las heridas no sanadas, de las incomprensiones reprimidas y de tus potencialidades axfisiadas, es el miedo.
¿Cómo se lucha contra el miedo? Aceptándolo sin juzgarlo. Sin juzgarnos.
Tener miedo no es ni malo ni bueno. No tenemos derecho a castigarnos por ello. Al contrario: aunque pueda parecer paradójico, el temor es simplemente un principio, una oportunidad de cambiar algo que la emoción rechaza y abraza a la vez por conocido, por adictivo. Sin embargo, deja de ser una oportunidad de cambio cuando el intelecto –lo aprendido– alza la voz y nos castra y condena: “Tener miedo te convierte en cobarde”. No es cierto.
Tener miedo nos enfrenta a la posibilidad de decidir, de proyectarnos, aunque sea durante un fugaz instante, en el futuro. La mente se equivoca: cobarde no es quien teme, sino quien ni siquiera se atreve a sentirse temeroso. Cobarde es quien vive esquivando el miedo porque no conoce tampoco el amor que lo libera. Cobarde es quien no siente, quien no cuenta con la emoción para llegar a ser quien realmente desea ser.
Desde aquí quiero animaros a que cuando os reconozcáis asustados –asustados en lo cotidiano, en lo automático, ante esas reacciones exageradas que no os permiten ser vosotros mismos, en esas pautas aprendidas que paralizan– lo hagáis desde la emoción, sin juicios. Quiero que observéis vuestra realidad tal cual es, y sin vergüenza ni sin castigo, empecéis por el principio y os atreváis a oíros decir: “Sí, siento miedo”.
Que se haga entonces el silencio. Miraos bien. Escuchad vuestras intuiciones acerca de los orígenes de esos miedos. Observad vuestras sensaciones, vuestras tendencias mentales, vuestas aparentes limitaciones enfrentadas a la voluntad.
Sentimos el miedo, no Somos miedo. ¿Qué somos entonces? Somos seres contrarios al miedo, la otra cara de esa emoción: Somos Amor; ese es el contenido de nuestro Ser. Amor asustado, sí, dañado, arrinconado, retraído, enterrado, tal vez... pero Amor, al fin y al cabo. No debemos olvidarlo. Es un buen principio. A partir de ahí, podemos aprovechar las energías activadoras que nos conforman, la energía de ese amor creciente y sanador que siempre han estado ahí, y manejar las sensaciones paralizantes del miedo sin juicio ni reproche.
Sin reprimirlas ni alimentarlas, podemos dejar que las emociones que nos impiden Ser vayan disolviéndose, hasta desaparecer.
La vida vivida en clave de miedo es miserable. El amor es un pilar del sentido de la vida, de la Felicidad.
Copito, en serio, gracias. Necesitaba algo asi.
ResponderEliminarSe os quiere.
Me alegro de servir para algo
ResponderEliminarTú también eres querido, Jon!
Vaaaaleeee, y tú también, Guassi!