Era típico en él despertarse con la puesta de sol. Ya no recordaba cúando había visto el sol por última vez. Ésta era su vida, dormirse al alba y despertarse al anochecido.
Se levantó de la dura cama y fue al servicio sin encender ninguna luz. Se lavó la cara y las axilas, sin jabón. Tras embutirse los vaqueros raídos de todos los días y una camiseta blanca de manga corta, se puso las botas de cuero negras y salió a la calle. Encendió un pitillo.
Hacía una noche agradable, la brisa era suave y el clima templado, se notaba la primavera. Echó a andar mientras fumaba, pensando en lo que había cambiado su vida en los últimos años.
Ya nada era lo mismo. Los colores habían cambiado, los olores también. El frío le había ganado terreno al calor, así como la noche al día.
Ya había llegado. Media hora después de salir de casa y cuatro cigarros más tarde, había llegado a lo que él consideraba su hogar.
- Buenas noches Javi,- le saludó el portero - ¿qué tal el día?
- Inexistente chaval. ¿Qué tal el tuyo?- le respondió.
- Bastante bien jefe, bastante bien.-
- Así me gusta, dime si necesitas cualquier cosa, ¿vale?.-
No habían pasado ni seis meses desde que había abierto la sala OK, pero ya se había convertido en la sala más importante de la ciudad. Todos los jóvenes venían aquí, los treintañeros también. Todos bailaban, todos bebían y muchos follaban.
El dinero entraba y salía del local. Se vendían drogas y se cometían delitos, pero él se ocupaba de eso. La poli se llevaba lo suyo, por supuesto. Ya no se podía llevar un local sin que la bofia se entrometiera, pero mientras tuviera una bolsa llena de dinero caliente, no había nada de que preocuparse. Y él siempre tenía una bolsa llena de dinero bien calentito.
Las barras estaban abiertas, los bailarines movían el culo y la pista estaba empezando a llenarse. Como siempre.
Cruzó su local y entró en su despacho. Encendió la luz y abrió la nevera. Sacó una botella, la abrió y le dio un trago largo.
Pasó un par de horas repasando las cuentas del local, todo cuadraba y dejaba una buena pasta. Despreocupado, salió del despacho. Le gustaba pasearse por el local, sentir a la gente divertirse, ligar o pillarse un ciego terrible.
Todo iba bien, y entonces la vio. Metro ochenta, pelo rojo como el fuego. Un cuerpo de los que sólo se ven en los sueños, firme, con curvas y pechos en los que te podrías perder. Era perfecta.
Su vestido rojo le quedaba como un guante. Toda ella era puro sexo y vida, pero, algo fallaba. Sus enormes ojos verdes dejaban ver un miedo y una tristeza poco habituales en alguien de su edad. Sonreía a sus amigas, aunque para él era evidente que, hacía mucho que no se reía sin preocupaciones. Todo aquello le otorgaba una edad que no era la suya. Una profundidad y una tristeza sólo perceptible a ojos de un experto émpata.
Allí estaba, bailando sin ganas, bebiendo sin querer beber y viviendo por inercia. Ella era problemas, lo sabía. Alguien así sólo traía problemas, cagadas y cambios de ciudad.
Entonces ella lo miró, y el tiempo se volvió a parar...
Continuará
que puto guassi. A ver cuándo te decides a editar tu propia historia encuadernada, que a este paso y con tu técnica narrativa, igual te sale algo y todo.
ResponderEliminarEres genial, chaval! sigue
Qué guay, Passi! Qué gozadita, de verdad. Nivelón.
ResponderEliminarLas dos chicas del relato iban también a la sala OK? Se relacionarán más adelante estas dos líneas narrativas?
Sigue, por favor. Concéntrate, y sigue. Que está guay.
Jumm, todos sabemos que la que baila es Isabel, la tímida mujer del primer fragmento de la historia. Ella tiene mucho dolor dentro por un suceso terrible que acaeció en el pasado y que aún la tortura. ¿Conseguirá nuestro valiente propietario de discoteca hacerle cagar padentro sin verse envuelto en la miseria humana? Solo Passi lo sabe...
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